¿Qué perdiste este año?
Este año perdí y perdí mucho.
Este año me perdí a mí misma, estuve vagando meses tratando de encontrarme, buscándome sin cesar, solo para hoy entender que tal cuál como me perdí jamás me iba a encontrar.
Me perdí en los cambios, en las despedidas, en las llegadas, en lo viejo, en lo nuevo, en lo cierto y en lo incierto. No me reconocía, no me gustaba quien era.
Perdí la dirección, perdí la sensación de estabilidad, perdí en ocasiones las ganas. Me reproché a mi misma muchas veces el no encontrarme.
Me veía al espejo y no sabía quién era, no entendía nada. Por fuera estaba llena de bendiciones, por dentro no sabía dónde ni cómo acomodarlas. Sentía un agradecimiento profundo pero una gran culpa de no poder devolver a la misma proporción lo que se me daba.
Muchas noches me sentí paralizada, con miedo al nuevo día. Solo quería que el tiempo se frenara, quería hacerme bolita y que la vida se quedara estática un ratito en lo que yo me encontraba.
Me busqué en el espejo, me busqué en el otro. Me busqué en el pasado y en las ideas que tenía de mi futuro. Pero se me olvidó buscarme en el presente.
Perdí mi identidad, una que estaba sostenida por paja. Me sentí poco merecedora de amor al no saber ni quién era, ni cómo amarme yo misma en la búsqueda.
Y pues no, no me encontré como me perdí porque en el camino de perder, perdí muchas cosas.
Perdí el gran peso de siempre “estar bien”, de siempre poder sola y de no “molestar” a los demás con mis emociones y sentimientos.
Perdí la presión de tener que ser independiente a cuestas de todo, como si dejarse ayudar no fuese una opción válida.
Perdí la necesidad de “controlar” y planear todo lo externo para estar bien en lo interno.
Perdí las ganas de exigirme a mí misma perfección en todo momento y en todos los ámbitos de mi vida.
Perdí el miedo a mostrarme real, a veces rota, triste, enojada, confundida, desmotivada.
Y sobre todo, en el proceso de perderme, perdí el miedo a verme, verme con honestidad, verme a través de mi pecho y reconocer eso que había estado pesando y doliendo tanto tiempo.
Ahora entiendo que no me perdí por completo este año, sino que me desarmé. Me desarmé casi por completo, fui perdiendo muchas piezas innecesarias que llevaba cargando muchos años como adornos que, lejos de adornar, entorpecían mi andar.
Hoy entiendo que más que perder, gané.
Gané la oportunidad de verme desnuda, despojada de todo aquello que antes me vestía y me hacía sentir protegida, eso a lo que me aferraba como coraza porque algún día estuvo a mi servicio, aunque hoy ya no.
Gané la oportunidad de ir depurando pieza por pieza mi armadura, de ir desarmando esos escudos que como dagas enterradas no duelen si se quedan estáticas, pero solo sacándolas es que queda expuesta la herida a la luz, lista para sangrar y doler un rato, pero también para sanar.
Gané la libertad de aceptarme como soy, así de sensible, así de imperfecta y así de dispuesta a siempre ser una mejor persona para mí y para los que me rodean, aun si eso suponga que me tenga que “perder”, y que ese perderme se sienta confuso y desordenado. Porque si no nos perdemos, cómo nos encontramos con una nueva y renovada versión de nosotros mismos; si no hacemos espacio, cómo dejamos llegar lo nuevo.
Si algo me enseñó este año es que en lo conocido no te vas a transformar, créeme, y que el miedo es solo una buena señal de que estás evolucionando, retando y expandiendo tu realidad e identidad.
En este camino de perder y ganar, sin duda también viví el amor real e incondicional, pues, aunque todo mundo diga que debes de amarte primero para mostrarle a los demás cómo amarte, hay veces en la vida, en mi opinión la mayoría, que cuando las personas correctas te aman en los momentos en los que menos digno de amor te sientes, es a través de su amor que aprendes a amarte también, es a través de sus ojos que aprendes a verte con más compasión.
Por eso te digo, no tengas miedo de perder, deja que lo que no tenga que quedarse se caiga; deja que lo que ya no esté al servicio de la persona que quieres ser, se vaya. Sé compasivo contigo porque tal vez no estés perdido, tal vez simple y complejamente te estás desarmando para volverte a armar, más fuerte, más valiente, más tú, y eso, solo puede ser ganancia.
Para mí la experiencia fue intensa y de golpe, todo al mismo tiempo y con crudeza. Tal vez tú puedas hacerlo de a poco y con mayor suavidad, para cada quien es diferente. Lo que si es que en la vida, si estamos dispuestos a crecer y evolucionar, tarde o temprano vamos a enfrentarnos a cambios que pueden sentirse confusos, solitarios, y vergonzosos, pero quiero que sepas que no eres ni más ni menos merecedor de amor cuando estás desarmado que cuando estás totalmente armado. El amor que mereces y quien eres en totalidad es más real y grande que cualquier miedo, creencia limitante, proceso o etapa por la que estés transitando.
Por lo mismo, se compasivo con las personas, nunca sabes en qué procesos internos se encuentran y tu amor incondicional sana, cura y salva.
Atrévete a perder, para que descubras lo que realmente es ganar.